¿Qué nos está pasando que ya
no nos soportamos y menos a las personas de nuestro entorno?
Como una cobija protectora
nos refugiamos en el móvil para los momentos incómodos, para fingir que no
vemos a una persona o simplemente para no entablar comunicación y mucho menos
contacto visual con el mundo.
Tal vez solo preguntemos la
clave del wifi y de resto, silencio total, solo se escucha el sonido de las
notificaciones y el actualizar segundo tras segundo del celular, como si la próxima vez
llegara la noticia que nos cambiará la vida, pero no, no es así.
¿En qué momento decidimos
ser ermitaños en la urbe?
Acaso fue algo involuntario
que nos pasó como tantas cosas en la vida y cuando nos damos cuenta ya somos dependientes
de la tecnología.
Si llegamos a un lugar antes
que nuestro acompañante, el teléfono es nuestra protección ante los atrevidos
que podrían saludarnos o intentan entablar alguna plática.
Las filas de los bancos son
menos angustiantes y menos riesgosas, evitamos que el de junto se atreva a
preguntarnos siquiera del clima o el tráfico.
La espera de los semáforos
es menos larga o se han acortado los tiempos, pues más de una vez he tenido que
tocar el claxon para avisar al de adelante que el verde ya apareció pues está
tan clavado en la cueva del móvil que no se da cuenta.
Es oficial, estamos
aislados. Irónicamente presumimos que estamos cerca de todo, que la tecnología
y el Internet han acortado distancias, pero yo me replantearía ese supuesto.
Y no, está reflexión no se
basa en ningún estudio ni análisis minuciosos, pero sino me crees levanta la
cara y voltea a tu alrededor.
Lic. Guadalupe Sosa Escobedo
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