Lic. Guadalupe Sosa Escobedo |
Aún tengo el vago recuerdo del último día de clases,
cuando firmábamos anuarios y camisas jurando que nos veríamos siempre y que no,
no nos pasaría como a otros grupos que jamás volvían a saber de ellos.
Y con nuestros mejores amigos, que sabían todo de
nosotros y nosotros de ellos, hicimos el pacto infinito de amistad.
Y nadie hizo nada por alejarse pero así fue; en los
primeros años hubo alguna iniciativa pero conforme pasó el tiempo fueron menos
los asistentes hasta que el entusiasta organizador se cansó y desistió de las
reuniones de ex alumnos.
Pero la tecnología nos acercó, de repente llegó la
notificación para sumarnos al grupo de la clase de nuestra generación y
¡Bazinga!, allá estaban nuestros mejores amigos que juramos nunca dejar de ver,
y como no es tarde para enmendar los errores y recuperar una amistad, nos
agregamos.
Y por fin a salir de dudas, de cómo se ve la ex novia, el
amor imposible, el guapo del grupo, los casos perdidos o la niña rara que los
años le hicieron justicia.
Y todos expresan el beneplácito, el gusto de encontrarse
de nuevo y se ponen al día detallando lo mejor de su vida, publicando sus
mejores fotos y presumiendo lo que se pueda. Nadie quiere parecer un perdedor,
ni hablar de sus fracasos y frustraciones.
Y pasan meses tratando de juntar a todos y repasando la
lista por orden alfabético, y van apareciendo poco a poco.
Hasta que por fin, se concreta la idea de reunirnos para
recordar viejos tiempos y vernos en persona. Y llega la ansiedad.
Me veré más viejo que todos, en un mes aún tengo tiempo
para la dieta y bajar la panza, hay que elegir bien el atuendo para verte sexy
casual sin parecer tan fácil.
Pero ¿en realidad se recuperan los amigos? Es que somos
tan distintos a los de hace 20 años, nuestros temores y frustraciones se han potencializado.
Pero allá estamos queriendo ser nuevamente parte del grupo, de sentir que
pertenecemos a algo y convencernos a nosotros mismos que los buenos tiempos
pueden volver.
Al menos en la red somos ciudadanos virtuales ejemplares
y claro, amigos virtuales ejemplares.
Si alguien publica que se siente triste o enfrenta un
problema, todos ponen de inmediato mensajes de aliento y ofrecen el hombro y
hasta ayuda, pero ¿pasa algo más allá de la pantalla del móvil?
La protección y el casi anonimato de la tecnología nos
permite expresar emociones que, en persona, difícilmente se igualan.
¿Quién le dice de frente, cara a cara a una amiga que es
muy fuerte y que saldrá adelante con la misma facilidad y fluidez con la que
escribimos en Facebook?
La tecnología nos ha vuelto grandes demostradores de
afectividad virtual, pero en la realidad nos ha hecho más solitarios y
temerosos de vivir la realidad, siempre con la mirada baja clavada en la
seguridad del teléfono escribiendo "tqm" sin siquiera sentirlo.
No es raro que todos los del grupo de amigos de aquella
entrañable generación vivan en las junglas urbanas de Francisco de Montejo o en Ciudad Caucel, pero difícilmente se reunirán alguna vez.
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