EL AWECH DELA NOTICIA

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MES DE LA LUCHA CONTRA EL CÁNCER DE MAMA

jueves, 9 de marzo de 2017

“QUÉ IMPLICA EL PROCESO FORMATIVO DEL MINISTERIO DEL CATEQUISTA HOY, DENTRO DE LA IGLESIA”.



En el marco del XVII Encuentro Provincial de Catequistas
de la jurisdicción eclesiástica que abarca los estados de
Tabasco, Campeche, Quintana Roo y Yucatán.

La temática general del encuentro fue:
 “Catequista y Bautizado soy, hacia el Ministerio Voy”.
Lugar: Poliforum Benito Juárez, en Cancún, Q. Roo. 



I.                  VER LA REALIDAD

1. Hace algunos años, en muchas de nuestras comunidades parroquiales, lo cotidiano del sábado por la mañana o la tarde era asistir a las lecciones de “doctrina”, una estampa habitual era mirar la romería de pequeños que acudían a la Iglesia para el catecismo, por un par de horas el templo parroquial se convertía el centro del pueblo, pues de él iban y venían los niños, algunos a pie, otros más distantes en bicicleta, bajo la mirada atenta de sus padres.

2. Hoy las cosas han ido cambiando, y aunque las parroquias, incluso los colegios siguen ofreciendo este espacio de educación en la fe, no podemos negar que muchas familias se ven agobiadas a la hora de pretender cumplir con su misión evangelizadora, sea por los horarios laborales de los padres, especialmente en aquellas familias en la que ambos progenitores trabajan, sea por los atractivos del mundo. La mentalidad de consumo y de mercado se han encargado de llenar nuestros fines de semana de distracciones, entretenimientos, esparcimientos en donde olvidar las soledades de la semana, las exigencias del trabajo mal remunerado, la vaciedad del corazón que no descansa en el Señor. Qué difícil es encontrar espacio para ir al encuentro de Dios, de crecer en la fe.

3. Además, bien señala el Papa Francisco: “Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. (…) siempre hay un llamado al crecimiento. Toda cultura y todo grupo social necesitan purificación y maduración. En el caso de las culturas populares de pueblos católicos, podemos reconocer algunas debilidades que todavía deben ser sanadas por el Evangelio: el machismo, el alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la Eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a la brujería, etc.” (Evangelii Gaudium 69)

4. Como miembros del pueblo de Dios, también reconocemos, cómo este fenómeno llamado: “posmodernidad”, va afectando y quebrantado nuestra forma de actuar y de pensar de discípulos y misioneros de Jesucristo, pues con sus difundidas promesas de felicidad universal, unidas al consumo desmedido, no hacen más que suscitar egoísmo y corrupción, un alejamiento de los valores de Reino de Dios, y por ende, de la Iglesia y sus enseñanzas.

5. Y así, como constatamos en carne propia, la indisposición que nuestra sociedad tiene ante la invitación de buscar una relación de amistad con Jesucristo, así de igual modo, se nos presenta el reto de seguir transmitiendo el mensaje del evangelio, pues resulta cada vez más difícil. Aún entre nuestros queridos catequistas, encontramos signos de desaliento y confusión, suscitados por deslumbramientos del mundo. Cuantos catequistas no sienten también el cansancio de acudir a sus parroquias o centros de catecismo cada semana, cuantas veces ante lo frenético de camina de este mundo, no encuentran tiempo para fortalecerse con los sacramentos.



II.               VER CON LOS OJOS DEL PADRE

Pero ante esta realidad ¿Qué hacer? ¿Qué nos dice Dios?

LA PALABRA DE DIOS
Apocalipsis 2, 2 - 5:
“Conozco tus obras, tus dificultades y tu perseverancia. Sé que no puedes tolerar a los malos y que pusiste a prueba a los que se llaman a sí mismos apóstoles y los hallaste mentirosos. Tampoco te falta la constancia y has sufrido por mi nombre sin desanimarte, pero tengo algo en contra tuya, y es que has perdido tu amor del principio. Date cuenta, pues, de dónde has caído, recupérate y vuelve a lo que antes sabías hacer; de lo contrario iré donde ti y cambiaré tu candelero de su lugar. Eso haré si no te arrepientes.”

CONOZCO TU CONDUCTA: Tus fatigas y tu paciencia en el sufrimiento…

Hemos podido constatar que el acelerado cambio en nuestra sociedad no es algo ajeno a la vida de la Iglesia. Que los catequistas no están exentos de ser interpelados o afectados por esta nueva forma de concebir la vida. Es obvio que estamos inmersos y mezclados como el “trigo y la cizaña” (Cf. Mt. 13, 24-30), que convivimos con ideologías y modos de pensar diferentes y hasta contrarios al Evangelio. Por lo tanto, un fenómeno a considerar en la catequesis es el desánimo que llega a invadir a quienes han decidido ser catequistas, una pereza que inunda el ser del joven o muchacha que, en principio, andaba motivado (a) a proclamar la Buena Nueva.

Nuestro Señor Jesucristo conoce perfectamente el interior de cada ser humano. Sabe de las alegrías y los sufrimientos, de las luchas por evitar el pecado y vivir en Gracia. Por eso, todo catequista no debe olvidar que en el caminar cotidiano, cuenta siempre con la presencia de Dios, con la asistencia de Jesucristo que está diciendo constantemente que su Espíritu está con nosotros.

Reconocemos el reto que nos impone vivir en una sociedad que como en tiempos del filósofo Nietzsche proclama que “Dios ha muerto”.[1] Que Dios no es más que “una proyección de la mente del ser humano”[2] y que, por lo tanto, lo religioso pasa a segundo plano o sencillamente ya no importa. Sin embargo, Dios jamás olvida lo que cada catequista ha hecho en favor del servicio que ha prestado, no olvida los esfuerzos y sacrificios que semanalmente se realizan a favor de tantos niños que asisten en busca del conocimiento de Jesús.

Por eso no dejemos de sentirnos llamados e invitados a este gran “ministerio”, no nos dejemos invadir de ese espíritu pos-moderno que pone en el tener y el poder, la primacía del ser humano. Sino al contrario busquemos en el servicio sin límites el amor a Dios y a los hermanos.

PERO TENGO CONTRA TI QUE HAS PERDIDO TU AMOR DE ANTES…
Date cuenta de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera.

Una conducta que en la mayoría de las comunidades parroquiales y centros de catecismo se da es: el abandono del servicio catequético, antes o a la mitad del curso. El dejar, incluso sin avisar, el ministerio que se les ha confiado en favor de los niños y la Iglesia. Y es que cuánto daño podemos hacer inconscientemente al dejarnos invadir de la indiferencia, la apatía y la pereza espiritual que deambula hoy por hoy en nuestras comunidades. Cuánto mal se transmite al tener una actitud negativa que nos haga mirar la realidad tan mundanamente que llegamos a pensar y a trasmitir que las cosas de Dios han caducado.

Sin embargo, Dios nos pide con insistencia el volver al amor primero. A esa experiencia interna o mejor dicho del corazón, que un día sentimos y nos empujó a querer ser catequistas. Esa vivencia que nos hizo dejar nuestras comodidades y asuntos personales para ir cada semana al encuentro de los niños, a fin de transmitirles lo que nosotros también sabemos y hemos experimentado de Dios.

Hoy al encontrarnos con tantos hermanos catequistas de nuestra región sureste, no podemos hacernos sordos a la llamada de Jesús, no debemos ignorar la invitación a hacer de la catequesis un “ministerio”. En esto radica la distinción entre servicio y el ministerio, cuando el Directorio General de la Catequesis dice: “sentirse llamado a ser catequista y recibir de la Iglesia la misión para ello puede adquirir, de hecho, grados diversos de dedicación según las características de cada uno”[3]. Por eso hermanos catequistas, será de fundamental importancia retomar el primer amor que sentimos cuando fuimos llamados a “Ser Catequistas”[4], no a trabajar como catequistas, para que viviendo lo que hemos aceptado ser, elevemos el servicio a la dignidad de Ministerio. Solo el amor primero nos hará ir creciendo en todas nuestras dimensiones como persona, solo dar y sentir amor, nos permitirá experimentar el deseo de continuar evangelizando sin descanso a todos.

Tenemos un gran compromiso con la infancia, hemos aceptado a través de la Iglesia dar a conocer las enseñanzas y obras de Jesús; por lo tanto, hagamos despertar en el interior de cada uno de nosotros los catequistas esa chispa de amor que por Dios sentimos. El futuro de la Iglesia está en nuestras manos y en nuestros labios, cada vez que estamos delante de los niños o de quienes nos han confiado para su enseñanza, tenemos la gran oportunidad de testimoniar que Jesús está vivo y que su palabra contagia vida plena a quien la escucha y la pone en práctica.

I.                  ACTUAR DESDE LOS CRITERIOS DE JESÚS

Hemos podido constatar que la responsabilidad de cada uno de los catequistas es grande, que la Iglesia tiene puesta muchas esperanzas en sus catequistas, pero sobre todo, que la catequesis no es un “hacer nada más por hacer”, sino un verdadero ministerio; que estamos llamados a ser reconocidos como servidores entregados y comprometidos con la comunidad a través de un “Ministerio Instituido”.  Por lo tanto, teniendo presente el “Proceso de formación de los discípulos misioneros”, que el Documento de Aparecida[5] nos aporta, considerémoslo como un instrumento válido y útil para nuestro itinerario catequético en vista a hacer del servicio y evangelización que prestamos un “Ministerio Instituido”.

La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina y el Caribe, requieren una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia. Miramos a Jesús, el Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos. Cristo nos da el método: “Vengan y vean” (Jn. 1, 39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14, 6). Con Él podemos desarrollar las potencialidades que están en las personas y formar discípulos misioneros. Con perseverante paciencia y sabiduría, Jesús invitó a todos a su seguimiento. A quienes aceptaron seguirlo, los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y, después de su muerte y resurrección, los envió a predicar la Buena Nueva en la fuerza de su Espíritu. Su estilo se vuelve emblemático para los formadores y cobra especial relevancia cuando pensamos en la paciente tarea formativa que la Iglesia debe emprender, en el nuevo contexto sociocultural de América Latina.

El itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica de la persona y en la invitación personal de Jesucristo, que llama a los suyos por su nombre, y éstos lo siguen porque conocen su voz. El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí, llenos de asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña.

Por lo tanto, el catequista no debería hacer caso omiso de esta oportunidad de ser formado, de tener acceso a preparase mejor e integralmente para llegar a ser un verdadero ministro de Jesús.

ASPECTOS DEL PROCESO

En el proceso de formación de discípulos misioneros, destacamos cinco aspectos fundamentales, que aparecen de diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran íntimamente y se alimentan entre sí:

La vida de Jesucristo en los discípulos misioneros

a) El Encuentro con Jesucristo. Quienes serán sus discípulos ya lo buscan (cf. Jn 1, 38), pero es el Señor quien los llama: “Sígueme” (Mc 1, 14; Mt 9, 9). Se ha de descubrir el sentido más hondo de la búsqueda, y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana. Este encuentro debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la acción misionera de la comunidad. El kerygma no sólo es una etapa, sino el hilo conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el kerygma, los demás aspectos de este proceso están condenados a la esterilidad, sin corazones verdaderamente convertidos al Señor. Sólo desde el kerygma se da la posibilidad de una iniciación cristiana verdadera. Por eso, la Iglesia ha de tenerlo presente en todas sus acciones.

b) La Conversión: Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el Bautismo y en el sacramento de la Reconciliación, se actualiza para nosotros la redención de Cristo.

c) El Discipulado: La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Para este paso, es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que fortalecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía.

d) La Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad: en las familias, las parroquias, las comunidades de vida consagrada, las comunidades de base, otras pequeñas comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria. También es acompañado y estimulado por la comunidad y sus pastores para madurar en la vida del Espíritu.

e) La Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe entenderse como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas maneras de acuerdo a la propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona.

En conclusión, quien ha decidido ser parte de un equipo de catequesis parroquial no puede ignorar la insistente invitación de encontrarse personalmente con Cristo, no debe evadir la oportunidad de formarse conscientemente para ser mejor, para dar un servicio más pleno y testimonial de la Buena Nueva de Jesús. Catequistas, la Iglesia hoy nos ofrece la dicha de vivir y ser mejores evangelizadores, de llegar a hacer de nuestro servicio un “ministerio”; que tu corazón se abra diciendo “Sí” a Jesús.

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